La IA y las tecnologías digitales avanzadas progresan a gran velocidad. Machine learning, big data, la robótica, los vehículos autónomos, el internet de las cosas, el reconocimiento de imágenes o la impresión 3D son algunas de las aplicaciones y utilidades de este despliegue tecnológico.

Estamos ante la era de “automatización”: las máquinas harán con muchísima más precisión, rapidez y fiabilidad lo que hacemos los humanos. Lo habíamos visto en películas. Ahora, la ficción se está haciendo realidad.

Sin duda, nos encontramos inmersos en una transformación que nos va a traer cambios profundos, algunos todavía impredecibles. Esta transición afectará a todos los aspectos de nuestras vidas; no solo a los más visibles, sino también a los menos visibles.

En este sentido, uno de los efectos de la automatización será la demanda de nuevas competencias profesionales. Pero ¿en qué influirá esta irrupción y cómo afectará a las empresas y a los trabajadores?

En 2018, McKinsey realizó una encuesta sobre el futuro de los trabajadores en EEUU y algunos países europeos (entre ellos España). El estudio nos muestra que en 2030 la demanda de ciertas competencias laborales va a descender considerablemente, en beneficio de otras que subirán ostensiblemente.

Esta investigación se centra en analizar 25 habilidades en 5 sectores (banca y seguros, energía y minería, salud, industria y retail) y ofrece un conjunto de conclusiones muy interesantes.

Por ejemplo, evidencia cómo ciertas habilidades cognitivas básicas (alfabetización básica y procesamiento de datos) serán cada vez menos demandas, ya que en esto las máquinas lo harán mucho mejor de los humanos.

Por el contrario, incrementará claramente la necesidad de habilidades cognitivas avanzadas, como el pensamiento crítico y la creatividad, donde la automatización está aún muy lejos de satisfacer estas necesidades.

Como es de suponer, habrá una enorme demanda de profesionales con competencias tecnológicas, como las habilidades digitales básicas o las avanzadas de IT y programación.

Cabe señalar que, además, en la próxima década crecerá claramente el número de horas dedicadas a funciones que requieren competencias sociales y emocionales.

Las habilidades avanzadas de comunicación, la gestión de las relaciones interpersonales, la empatía, la adaptabilidad y el aprendizaje continuo, son algunos ejemplos de este tipo de competencias.

Dentro de esta categoría de competencias, destaca el gran aumento de los trabajos en los que se necesitan habilidades de liderazgo y gestión de personas. Por otro lado, en ciertos sectores, habrá también un claro incremento de las funciones de servicio al cliente.

En consecuencia, habrá más demanda laboral para estas labores. Las máquinas no poseen (al menos por el momento) las habilidades sociales y emocionales que requieren este tipo de trabajos.

En 1995, con la publicación de su libro “Inteligencia Emocional”, Daniel Goleman popularizó mundialmente este concepto, que hasta entonces había sido coto de un grupo selecto de académicos.

Con este libro, se abrió la veda a toda una legión de acciones formativas, entrenamientos y estrategias empresariales para potenciar este aspecto fundamental de las relaciones humanas.

Las organizaciones están dando cada vez más importancia a las habilidades sociales y emocionales, tanto en sus procesos de reclutamiento como en la formación y acompañamiento a sus trabajadores. No es, por tanto, una casualidad que hablando con mis clientes esté experimentando un renovado interés por su parte en la IE.

Por consiguiente, todo indica que la IE seguirá siendo una pieza importante en la gestión de las organizaciones.

Por todo ello, la automatización, lejos de ser un peligro, está impulsando la aparición de nuevas oportunidades laborales y la humanización de las organizaciones.

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